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Servicio Especial de Sanidad y Milagros

(Viernes 10-01-2020)
Apóstol Nahum Rosario

Hace siglos Dios le dijo a su pueblo: “Yo soy Jehová tu sanador” (Éxodo 15:26), y Él no ha cambiado de opinión, sino que, a lo largo del tiempo se mantiene usando a profetas y apóstoles, a hombres y mujeres, para de esta manera aliviar el dolor del pueblo. Hace veinte siglos que Jesús apareció para sanar a los oprimidos por el diablo, durante toda la historia el Espíritu Santo a sanado a los enfermos, y esto tiene que ver con la voluntad de Dios, que nos ama tanto que nos quiere bendecir espíritu, alma y cuerpo.

Algo que debemos hacer es apropiarnos de la sanidad que Dios nos ha provisto. En primer lugar, debemos reconocer que no somos huérfanos, tenemos un Padre Celestial que es un Dios sanador, y que Él no viene a enfermar ni a matar, sino a dar vida, su carácter es bendecir y sanar. Además, Dios es un Padre, y qué padre no hace lo indecible para conseguir la cura para sus hijos en el ámbito natural. Tenemos que reconocer que nuestro Padre Celestial es sanador.

Mateo 7:11: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”

Éxodo 15:26: “Y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”.

Salmo 103:1-3: “Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias”.

El mismo Dios que perdona todas nuestras iniquidades, sana todas nuestras dolencias. En la Cruz del Calvario Jesús mantuvo sus dos brazos extendidos, con uno nos salva y con otro nos sana.

En segundo lugar, debemos reconocer nuestra debilidad y necesidad humana, y que no es un problema, no es falta de fe buscar la gracia del Cielo de sanidad, sea porque alguien ore por nosotros, porque nosotros mismos leyendo la Biblia recibamos la sanidad, o porque algún hombre de Dios imponga las manos sobre nosotros.

Salmo 77:9-10: “¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades? Dije: Enfermedad mía es esta; Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo”.

Salmo 6:2: “Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; Sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen”.

David parece que tenía una enfermedad en los huesos, pero él sabía que, si clamaba a la misericordia de Dios, Él le sanaría. Apropiémonos de la sanidad del Cielo, es nuestra, nadie nos la puede quitar.

En tercer lugar, debemos aprender a reconocer nuestro pecado y desobediencia cuando la hemos tenido, porque ellas le abren la puerta al enemigo para poner enfermedad en nosotros. Algunos quieren renunciar a la enfermedad, pero no a la desobediencia, la rebelión y especialmente a la falta de perdón.

Debemos reconocer que Jesús llevó en la Cruz toda maldición, que por su sangre somos redimidos de la enfermedad, y que por sus llagas nosotros fuimos curados.

Gálatas 3:13: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero”.

Jesús recibió la maldición para que nosotros recibamos la bendición, fue hecho pecado para que nosotros fuésemos hecho justicia, y fue empobrecido para que nosotros fuésemos prosperados, Él murió para que nosotros tengamos vida, por la sangre de Cristo somos redimidos de la enfermedad y por su llaga fuimos curados (Isaías 53:5), ¡cómo no amar a Jesús!

No caigamos en la trampa del enemigo que nos dice que no somos dignos de que Dios nos sane, nadie era digno de ser salvo, pero el amor de Dios va por encima de nuestra indignidad, porque nosotros no podemos comprarlo, por gracia somos salvos.

Romanos 8.11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”.

¡Hay sanidad dentro de nosotros! En el cuerpo de Cristo no hay enfermedad, así que, si nosotros somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos, vivimos una vida que agrade a Dios, y no somos egoístas, sino que caminamos en amor, bendición, en su pacto y en su fe, podemos vivir esa vida abundante que incluye la redención de nuestro cuerpo. Nuestros cuerpos son templo y morada del Espíritu Santo.

Dios sigue siendo Dios, por eso no hay tiempo, edad, ni límites para ver su mano, su poder y gloria. Si han pasado algunos años y no hemos visto nuestro milagro,

Hechos 10:38: “Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.