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La oración genuina
Líder Alfredo Aponte
Martes 20-07-2021
Mateo 18:1: “En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”
Los discípulos siempre estaban compitiendo entre ellos por saber quien era el mejor. Es común en la naturaleza del ser humano ser competitivos, esto se desarrolla cuando se llega a los ocho años de edad, pero antes, los niños no ven a los demás como rivales, ni buscan la aprobación de sus padres; sin embargo, cuando vamos creciendo y madurando, nos volvemos dependientes de esa aprobación y empezamos a buscarla no solo en nuestros padres, sino en los profesores, jefes, líderes, pastores o autoridades. Esta necesidad de aprobación hace crecer nuestro ego, volviéndonos dependientes de quien nos aprueba o de nuestras capacidades.
Mateo 18: 2-5: “Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe”.
Los discípulos eran dependientes de la aprobación y constantemente buscaban ser los favoritod de Jesús, llegando a preguntarle quién era el mayor, por ello, Jesús responde que si deseaban ser mayores, debían ser como niños, pero ¿a qué se refería Jesús con estas palabras? A diferencia de los adultos, los niños absorben todo, son sencillos, perdonan rápido y tienen mucha sensibilidad. Los niños no ven niveles al momento de humillarse, no piensan en los estatus, ni en las diferencias entre personas. La humildad que poseen los niños hace que sus oraciones sean escuchadas.
Cuando un niño ora, no piensa en sus capacidades o logros, su oración es pura y genuina; y nuestra oración debe ser igual, porque Dios conoce nuestro corazón, Él sabe la razón verdadera por la que pedimos las cosas. Lo mejor que podemos hacer es sincerarnos delante del Padre, orar sin fingimientos, ni caretas, sino con la humildad que posee un niño.
Lucas 18:9-14: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Los adultos oran confiando en su propia estructura, se consideran auto suficientes, como este fariseo, y piensan que no necesitan ayuda, por eso cuando Jesús usa el ejemplo de un niño, lo hace porque los niños son muy dependientes, y al orar necesitamos reconocer nuestra dependencia del Dios a quien oramos. No podemos orar pensando que por nuestras propias capacidades y justicias ya alcanzamos todo, porque si fuera así, no necesitaríamos orar, si oramos es porque reconocemos en humildad que sin Dios no podemos.
Nuestra oración no puede ser estereotipada, acartonada o acomodada, necesitamos hacerla de forma genuina, sin copiar a los demás. Dios conoce nuestra necesidad y desea ayudarnos, solo está esperando que seamos humildes como un niño, reconociendo nuestra necesidad de Él. Solo quien ora con la humildad de un niño, sale justificado. ¡Oremos con la actitud correcta para ser oídos por Dios!