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Orando como Jesús
Pastor Alfredo Aponte
Martes 12-07-2022
Existe una diferencia entre orar a Dios y hablar con Él. La oración es comunicarnos con el Padre, es mantener una conversación en la que hay un receptor y un emisor. Por otro lado, cuando oramos a Dios, es como ir en un solo sentido, sin estar atentos a las respuestas inmediatas que Él desee darnos.
Por medio del pacto de gracia, nuestras oraciones llegan directamente al Padre, debido a que Él vive en nosotros. En la Biblia encontramos las oraciones de Jesús, y hay una que es catalogada entre varias, como la más hermosa; se trata de la oración realizada en el Getsemaní, la cual es un reflejo del deseo de Jesús para nosotros, puesto que su esperanza era que entendiéramos la unión de Él con el Padre.
Juan 17: 7-19: “Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas estos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad”.
Para Jesús, pasar por la crucifixión sin la compañía de Dios representaba una gran angustia, porque sabía que, durante ese breve momento, se desconectaría del amor y la comunión con su Padre. En Jesús se pagó el precio de ser apartado de la presencia, para que nosotros podamos confiar que, en toda circunstancia, Dios estará con nosotros. Esto nos entrega la garantía, de que sin importar la temporada que estemos viviendo, saldremos adelante con la ayuda del Espíritu de Dios.
Job 13:15: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré; no obstante, defenderé delante de él mis caminos”.
Delante de Jesús toda necesidad desaparece. Nada puede compararse con estar en intimidad con Él, en ese lugar las aflicciones, el dolor y la angustia tienen menor importancia. Job lo entendió, y por eso decidió esperar en Dios, incluso cuando había perdido todo lo que representaba algún tipo de valor para él.
Jesús calma el afán y la ansiedad, llegando el momento en que, en su presencia, sentimos que toda necesidad ha sido saciada. La gloria es poder vivir como en el cielo, estando en la Tierra, debido al conocimiento de encontrarnos completos en Cristo. En esa plenitud somos uno con el Padre y con nuestros hermanos en la fe, convirtiéndonos en cristianos que levantan a otros, con acciones y oraciones.
Vivir en unión con Dios nos lleva a hacer oraciones de amor, en las que clamamos por las causas de otros. Orar como Jesús nos hace apreciar el gozo de la presencia de Dios y nos transforma en intercesores de nuestros hermanos. Desde esa perspectiva, la oración deja de ser solo una súplica, para convertirse en un encuentro con quien lo llena todo.