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Más ahora mis ojos te ven

Pastora Rebeca Bertucci, martes 14 de septiembre de 2024

Nuestra vida debe transcurrir en etapas que nos hagan crecer cada día, en el ámbito espiritual, debemos pasar de creer que conocemos a Dios, a conocerlo de verdad.

Seamos quienes no se conforman con escuchar lo que Dios hace en otros, a vivirlo personalmente porque conocemos su corazón, porque tenemos nuestra mirada en Él, con la certeza de que aun sin entender los procesos a los que somos sometidos, si estoy con Jesús, nada puede dañarme.

Tengamos en nuestro corazón la necesidad viva de poder ver a Dios, de poder sentirle y de conectar tanto que no podamos vivir sin Su presencia.

“Y ahora mi alma está derramada en mí; Días de aflicción se apoderan de mí. La noche taladra mis huesos, Y los dolores que me roen no reposan La violencia deforma mi vestidura; me ciñe como el cuello de mi túnica. Él me derribó en el lodo, Y soy semejante al polvo y a la ceniza. Clamo a ti, y no me oyes; Me presento, y no me atiendes. Te has vuelto cruel para mí; Con el poder de tu mano me persigues” – Job 30:16-21 (RV1960).

Tu situación o proceso no determina o mide el amor que Dios siente por ti ni las cosas que constantemente hace a tu favor, Dios no es hombre para olvidar lo que con amor has hecho por Él. No debemos dejarnos engañar por la mente y pensar que el Señor no es fiel, pues Él ha prometido estar contigo hasta el fin del mundo.

Conocer a Dios nos brinda tantos beneficios personales para crecer, y el primero de ellos es tener una vida estable a nivel emocional, lo cual hace que, en diferentes procesos o etapas de la vida, cuanto más estemos aferrados a Él más seremos capaces de superar lo que pueda venir. Si Dios está conmigo, Él me da estabilidad.

“Respondió Jehová a Job desde el torbellino, y dijo: Cíñete ahora como varón tus lomos; Yo te preguntaré, y tú me responderás. ¿Invalidarás tú también mi juicio? ¿Me condenarás a mí, para justificarte tú? ¿Tienes tú un brazo como el de Dios? ¿Y truenas con voz como la suya?” – Job 40:6-9 (RV1960).

No podemos culpar a Dios de todo lo que nos pasa cuando nosotros mismos no cambiamos nuestra forma de ser, empezando por la forma de dominar los pensamientos intrusivos que quieren venir a destruir nuestra fe, los hechos del Señor sobre nuestra vida es lo que invalida la mente humana que nos quiere someter a un estado que no es propiamente de un creyente.

Si empezamos a vernos como Dios nos ve, las limitaciones de nuestra mente desaparecen, porque reconocer que no somos perfectos y aun asi Dios nos reviste de Su gloria, nos trae un nuevo entendimiento en la forma de conocer al Padre.