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Cuidado con el fatalismo

(Domingo 02-08-2020)
Pastor Javier Bertucci

Todos atravesamos por circunstancias difíciles en la vida; tal vez, veamos que los problemas que atraviesan otros no son tan grandes como los nuestros, pero para ellos sí lo son, porque el problema más grande es para quien lo tiene, y no estamos para juzgar de qué tamaño o cuán complejo es su problema, sino para orar y entender a nuestro prójimo.

Dice el diccionario de la Real Academia Española (RAE) acerca del fatalismo, que es una actitud resignada de una persona que no ve posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos adversos. El fatalismo no solamente es una conjugación negativa de la fe, sino que es un sentimiento que va hundiendo a la persona hasta una profunda depresión. Lo que destruye o vence al creyente no es el problema, sino la actitud que tiene frente a esa adversidad, y eso es lo que la Biblia con su escritura y promesas del Antiguo y Nuevo Testamento, trae como convicción al creyente, es la seguridad de que Dios va a hacer algo, que Él va a actuar en esa circunstancia, que hará algo que va a terminar o resolver esa circunstancia, esa es la visión del creyente.

Romanos 15:13: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.”

Es importante entender que el poder del Espíritu Santo no es solamente una manifestación, entre lo que puede hacer en nosotros, es que abundemos en esperanza, en medio de la peor situación nos permite visionar un milagro, es el poder del Espíritu Santo, que manifestándose en la vida del creyente, hace que termine con una actitud de positivismo, de expectación, para que en el futuro pueda vencer el fatalismo y la depresión.

Mientras esperamos nuestro milagro, debemos tener el sentimiento de plenitud que se llama esperanza, gozo y paz, que nos hace saber que Dios no nos va a dejar, que Él nos va a ayudar, y a intervenir para empujarnos hacia adelante. Qué importante es que nos refugiemos en la Palabra de Dios y en sus promesas, en saber que Él va a cuidar de nosotros.

Marcos 12:26-27: “Pero respecto a que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés cómo le habló Dios en la zarza, diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis.”

Dios es Dios de vivos, y una persona viva no se entrega, sigue creyendo, esperando y luchando, porque sabe que tiene un Dios que vive. No perdamos la esperanza, no caigamos en el fatalismo, si toca a nuestra puerta, echémoslo fuera.

1 Pedro 1:3: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.”

Nuestra esperanza está viva por una razón, y es porque Jesucristo resucitó de los muertos, eso nos hace saber que la única forma de que muera la esperanza, es que Jesucristo deje de existir, y Él vive y vivará por los siglos de siglos; así que, mientras Jesús esté vivo, nuestras esperanzas también lo estarán, no esperemos lo peor, sino lo mejor, porque Jesús ha resucitado.

Nadie puede ver a Jesús en el fatalismo, pero todos podemos verlo en la vida, en el gozo, en la esperanza y en la fe. El fatalismo no ve esperanza, ni un milagro, ni un desenlace saludable, sino que espera lo peor, así que los que decimos creer en Jesús, debemos poner esa actitud hacia un lado. A Jesús lo conseguimos en medio de la fe, la esperanza, el gozo y de la vida abundante que Dios da, nuestra vida es de constantes luchas, pero también de constantes victorias.

Juan 14:19: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.”

La vida que nosotros tenemos y disfrutamos hoy, proviene de la resurrección y la vida de Jesús, es decir, somos los beneficiarios de esa resurrección, por lo cual hoy vivimos en esa vida abundante, que es esperanza, gozo y paz.

Debemos regresar a una relación con Dios, y es allí cuando conseguiremos a nuestro Señor Jesús, en vida, en gozo, en esperanza y en fe. No necesitamos ver a Jesús físicamente para sentirle, podemos vivir en su paz, en su autoridad, confianza y armonía sabiendo que somos hijos de Dios y hermanos menores de Jesús, cuando entendemos todas estas verdades y empezamos a tenerlas como convicciones, no vamos a perder, sino a ganar, no vamos a sucumbir, sino a emerger en medio de las circunstancias y a ver la mano de Dios sobre nuestras vidas.

Juan 6:57: “Así como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, también el que come de mí vivirá por mí.”

Un Dios viviente no puede ser de gente que muere, si somos hijos de un Dios vivo y resucitado, esa fe de resurrección debe habitar en nuestras vidas, porque ese es nuestro Señor Jesús, un Dios viviente, que nos alimenta con su vida diariamente. Ahora bien, ¿estamos alimentándonos con la vida de Jesús cada día, o de las malas noticias de las redes sociales? Esa es nuestra decisión. Muchas veces nuestra conexión es más con lo negativo, que con la vida de Jesús.

El verdadero creyente se enfrenta a las mismas circunstancias que otros, pero la diferencia es que vence, porque tiene a Jesús en el corazón, el Dios de vivos, de resucitados, de esperanza, de paz, de confianza y de victorias, y alguien así viviendo en nosotros, no nos permite fracasar, sucumbir ante el fatalismo y depresión, sino levantarnos y sacudirnos todas las malas actitudes e influencias, y terminar por estar en pie otra vez. Tenemos un Dios vencedor, resucitado, por lo que debemos vivir en total esperanza en Él.

¿De qué nos estamos alimentando? El cristiano de hoy no se reconoce porque asiste a un templo, sino por sus acciones y convicciones en medio de esta crisis, eso es lo que va a definirnos. El asunto de creer en Jesús va más allá de una confesión, de una práctica de asistir a un templo, es más que una lectura de la Biblia, se trata de una relación espontánea e individual. No buscamos a Dios para calmar nuestras conciencias, sino porque lo necesitamos y amamos, es por ello que la búsqueda de Dios debe superar la visita a cualquier recinto o templo.

Lo que hacemos para Dios es una cosa, pero lo que Él es para nosotros es otra, podemos hacer muchas cosas para Dios, y perderlo, puede suceder, especialmente cuando nuestra relación con Él se limita a lo que hacemos para Él, y no lo que Dios es para nosotros. En qué condición está nuestra relación con Dios, es justo que revisemos nuestra forma de relacionarnos con Él.

Juan 10:10: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”

La razón de Jesús venir a la Tierra no es para matar, destruir o robar a nadie, siempre ha sido y será para darnos vida y vida en abundancia. Pero, al final del día, la relación con nuestro Señor Jesús la decidimos nosotros mismos, no la define el pastor, ni el líder, ni el templo, sino nuestra relación con Él. El asunto del fatalismo es una decisión, pero el asunto de la vida de Jesús es también nuestra decisión.