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Ha llegado la hora
(Domingo 13-12-2020)
Pastor Javier Bertucci
Juan 16:21: “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo.
La mujer encinta, por más que puje, no podrá dar a luz hasta que llegue la hora de hacerlo, pero cuando el momento llega, no tiene que hacer otra cosa que no sea parir; no quiere decir que ella antes de ese día no debió hacer diligencias para quedar embarazada, y después, tomar previsiones para que el niño se mantuviera en su vientre. Es más fácil quedar encinta que dar a luz, el dar a luz es un proceso, y los procesos cuando son mediante Dios, siempre generan un milagro. Ahora bien, si la mujer no toma las previsiones para el momento correcto, no va a culminar el ciclo, pero si las toma, va a terminar. Muchos piensan que terminar dando a luz es el único proceso de la mujer, pero luego debe criar a ese milagro y hacer que crezca. En cualquier caso, cuando una mujer se entera que tiene una criatura en su vientre, empieza a pensar en dónde va a dar a luz, dónde lo colocará, y una vez que logra tener a su bebé, y aun desde antes, comienza a imaginar cómo irá creciendo, a visionar su futuro al lado de aquel milagro, que nadie lo ve, pero que ella lo siente.
La Iglesia de Jesús siempre ha sido comparada con una mujer, ella es la prometida, pero si no tiene visión, solo mira el presente, sin embargo, aquella que la posee, ve el futuro, y conoce que vienen días mejores. Nos referimos a una visión espiritual que nace en el corazón y se traslada a la mente, y no la mueve el presente ni el pasado, sino el futuro, porque entiende que Dios tiene algo prometedor y que está relacionado con mucha gente. No hay nada más triste que una persona que no tiene visión en la vida, pero nada más peligroso que un creyente con una visión en el corazón.
Apocalipsis 12: 1-2: Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento.”
Muchas veces las persecuciones en la vida no vienen contra nosotros, sino contra la posibilidad de nuestros sueños. La única creación en la Tierra que tiene la capacidad de soñar, somos los seres humanos, pues fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26), y cuando empezamos a utilizar esa hermosa actitud de visualizar, no vivimos en el año que está transcurriendo, sino en el siguiente, y trabajamos por él. Eso es lo que necesita Dios en la Tierra, gente que vea hacia el futuro, y no somos fantásticos, pero sí soñadores. Los pesimistas van a atacar al soñador, pero después que los sueños se empiezan a cumplir, los fatalistas que atacaron, se acercan. Ante esto tenemos dos opciones, o nos rebajamos al sentimiento de venganza, o nos elevamos a la altura de un hijo de Dios. Jesús atacado y criticado dijo esta frase: “Y al que viene a mí viene, no le echo afuera” (Juan 6:37), porque nuestros valores deben estar apegados a nuestra fe, si no de qué valdría ser cristiano. Al final del día, los actos y acciones más grandes de un hombre, son aquellos de humildad; no somos lo que somos por lo que tenemos, sino por lo que creemos, y en esa posición hay grandeza sin reconocimientos, porque la misma posición nos dignifica.
Se requiere mucha fe para concebir, pero también mucha más para dar a luz, el concebir viene con placer, pero el parir con dolor; y nada se puede parir sin dolor. Cuando la Iglesia recibe una visión, generalmente es en una atmósfera de presencia de Dios, y en ese agrado espiritual empieza a visionar.
Lucas 1:26- 35: “Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: !!Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.”
Después de María, todo ser humano que empieza a soñar, y se embaraza con aquella visión, tiene el poder de darlo a luz, pero quienes vienen a la Iglesia tienen la capacidad de alimentarlo mejor, porque permanecen en una línea de carácter espiritual. Los sueños son para todos aquellos que se atreven a creer, a no entregarse ante las circunstancias. Dios es un Dios que no obliga a nadie. Él invita, no viola. Aceptemos hoy el desafío de creer pese a los pronósticos, de determinar nuestro futuro con Dios y no esperar que otros lo hagan, a que el año que viene no va a terminar en derrota, sino en victoria; esa es una decisión que cada uno de nosotros debe tomar por su vida, familia y país. No podemos tener un Dios grande y estar pensando en pequeñeces, quien cree en Dios, lo hace del tamaño que lo ve.
Si hoy nos podemos embarazar de una visión, visionarla y creer que podemos alcanzarla, es posible que experimentemos una dosis de fe en nuestro corazón para conocer que lo que hoy tenemos no es del tamaño de lo que viene, porque lo que está por llegar es más grande de lo que pensamos, creemos e imaginamos. Cuando llega el momento de dar a luz, lo único que debemos hacer es pujar, y ser el primero en ver la criatura, hace que olvidemos la angustia del pasado, y nos introduce en una nueva visión de futuro. Nunca podemos dejar de tener una visión, porque el futuro debe ser mucho mejor que el presente. Las crisis eliminan buena parte de la esperanza de un pueblo, es como ver al mal haciendo su obra de teatro, pero quien tiene visión se desconecta de lo que ve y de lo que oye, para empezar a ver lo que cree, y esa dinámica hace que nos convirtamos en personas de visión, de fe y de esperanza, y no en fatalistas; creemos en nuestro corazón que días mejores vienen, porque no solo miramos el presente, sino el futuro. El año que se aproxima no es un mal año, recordemos que dependemos es del Cielo.