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La oración que cambia a un país

Pastor Javier Bertucci

Domingo 25-07-2021

Las derrotas no son derrotas casuales, son derrotas de oración, y debemos aceptarlas como tal. Una derrota es parte de un proceso, pero tuvo su génesis en la falta de oración. Luego de sufrir un fracaso en alguna línea, debemos descubrir qué fue lo que no hicimos bien, y eso incluye analizar si no oramos correctamente por esa causa. Esto es parte de un proceso de crecimiento que todos los creyentes deben tener en la vida.

La oración eficiente se alcanza por medio de la práctica. Solamente en soledad podremos aprender a orar eficientemente. Una vez que empezamos a orar, desarrollamos una relación íntima con Dios, y Él nos da dirección, conceptualización y revelación de nuestros errores. La oración que nace de una relación con Dios cambia a un país.

Tenemos que asumir que todos necesitamos cambios, y un país no cambia si primero no cambiamos nosotros. Debemos cambiar aun cuando otros no lo hagan, y para hacerlo se necesita valentía y coraje. El que desea cambio debe estar dispuesto a hacer renuncias y ajustes. Si la oración que hacemos para cambiar a un país no nos cambia a nosotros, no está funcionando. Jesús era un hombre de oración, que reconoció su vulnerabilidad como humano, por eso pedía las instrucciones de su Padre. Era común ver a Jesús apartarse a orar, debido a que la oración que se hace en intimidad con Dios es mucho más poderosa.

Lucas 9:29: “Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente”.

Daniel 6:10: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”.

Mientras Jesús oraba hubo una transfiguración desde adentro hacia afuera, esto nos confirma que el cambio que el Espíritu Santo hace en nosotros proviene de adentro hacia afuera a través de la oración. La oración que cambia a un país es la que no cambia con un país. Cuando Daniel vio que no podía orar con libertad, no se detuvo ni se fue a orar a escondidas, clamó a Dios como estaba acostumbrado a hacerlo. Daniel no cambió su oración por peligrar su vida, y al salir del pozo de los leones todos debían adorar a su Dios. El mantener su oración hizo que su país cambiara.

Lucas 18:1: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar”.

La oración que cambia a un país es la que no abandona con el tiempo, que aun cuando la mente dice que dejemos de orar y muchas voces intenten convencernos de que seguir es pérdida de tiempo, nuestro espíritu persiste, porque sabe que orar es invertir tiempo, y pronto las oraciones llenarán una vasija en el cielo que al llenarse derramara bendición y prosperidad sobre nuestra nación.

Cuando oramos para que algo acontezca cambiamos a un país. Muchas veces podemos sentir que el tiempo pasa y nada ocurre, pero Dios está oyendo y obrando a pesar de que no lo veamos, Él sigue trabajando en un plan que hará que algo suceda. Nosotros anunciamos y oramos por los días de gloria, y mientras sigamos orando con la expectativa de que algo va a pasar, el Cielo responderá y todos sabrán que Dios hizo algo en nuestro país. Puede que no sepamos cuándo o cómo, pero algo va a suceder, y en esa seguridad debemos mantener nuestra oración.

Mateo 26: 38-39: “Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.

La oración que cambia a un país es aquella que se hace para cumplir la voluntad de Dios, incluso si arriesga todo lo que tenemos. Aquel que busca en oración hacer la voluntad de Dios es equipado para accionar en ella, convirtiéndole en un líder que camina por convicción y por lo que Dios dice. La seguridad que tenía Jesús como líder venía de una relación íntima, y esa oración lo llevó a cumplir la voluntad de Dios y no la de Él.