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La sangre y el nuevo pacto
Pastor Javier Bertucci
Domingo 23-10-2022
Tenemos un nuevo pacto que sustituye el antiguo, y este tiene mejores y mayores promesas. La Biblia dice que nadie pone vino nuevo en odres viejos (Mateo 9:17), que si vivimos por la ley caemos de la gracia (Romanos 6:14) y que la salvación no es por obra, sino por fe, para que nadie se de gloria (Efesios 2:8-9).
1 Corintios 11:25: “Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí”.
La sangre de Cristo es la base sustentable del nuevo pacto de Cristo.
Levítico 11:44: “Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra”.
Hechos 10: 9-16: “Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta. Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis; y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo. Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común. Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo”.
Todos los que han pecado tienen derecho a la sangre de Cristo para ser limpiados de todo pecado, ahora somos santos y justos por la sangre de Cristo. La santidad no es el resultado de abstenernos de comer algún animal o de alguna obra que hagamos, es el producto del lavamiento de pecado por medio de la sangre de Jesucristo.
El nuevo pacto no hace ningún tipo de acepción de personas, y en él no se deben hacer ceremonias, sino vivir en una relación con Dios que va mejorando cada día hasta que se llega a una decisión propia de evitar acciones autodestructivas o pecados; se llega a este punto debido a una relación con Dios, no es el resultado de normas. La religión nos hace controladores, pero la gracia nos hace confiar en el Espíritu Santo y en su obra redentora.
La santidad solo puede ser alcanzada por medio de la sangre de Cristo. Los que quieren persistir en vivir por la ley, entonces caen de la gracia. En el Antiguo Testamento ningún hombre pudo cumplir la ley a cabalidad, hasta que apareció el hijo de Dios en forma de carne y cumple la ley para en Él mismo abolirla, y darnos por medio de Él un nuevo pacto con mejores promesas a los que hoy podemos creer en Jesús. Este nuevo pacto está basado en la sangre de Jesús.
1 Juan 1:7-10: “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros”.
No nos podemos mantener santos sin la sangre de Jesús y sin su gracia.
1 Pedro 1:18: “sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata”.
Dios nos rescató por su amor de una vana manera de vivir para enseñarnos una nueva forma de vida que nos lleve a los valores fundamentales creados por Jesús para nosotros. La sangre de Jesús fue derramada para ser rescatados de nuestra antigua manera de vivir y cada día podemos tener una novedad de vida a través de esa sangre.
Romanos 3:22-28: “La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley”.
Somos salvos y justificados por la fe, sin las obras de ley; no podemos hacer nada para ganarnos la justicia. Ahora bien, no por eso pecamos, porque quien lo hace no ha entendido ni la ley ni la gracia, el pacto más propicio para que nos santifiquemos, es el de la gracia, en el que reconocemos que somos imperfectos y que es por su sangre que somos hecho perfectos.
Colosenses 2:13: “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados”.
La gracia nos trae un balance. Al respecto, Pablo dice que todo le era licito, pero que no todo lo convenía (1 Corintios 10:23); la gracia nos da sabiduría para vivir, es decir, libertad con sabiduría.
Hebreos 9:12-14 (TLA): “Cristo no entró a ese santuario para ofrecer a Dios la sangre de animales, sino para ofrecer su propia sangre. Entró una sola vez y para siempre; de ese modo, de una vez por todas nos libró del pecado. De acuerdo con la religión judía, las personas que están impuras no pueden rendirle culto a Dios. Pero serán consideradas puras si se les rocía la sangre de chivos y toros, y las cenizas de una becerra sacrificada. Pues si todo eso tiene poder, más poder tiene la sangre de Cristo. Porque por medio del Espíritu, que vive para siempre, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha ni pecado. Su sangre nos purifica, para que estemos seguros de que hemos sido perdonados, y para que podamos servir a Dios, que vive para siempre”.
Todo aquel que ha sido limpio por la sangre puede servir a Dios y se convierte en ministro de la reconciliación del Padre con todos sus hijos. Si la sangre de Cristo puede limpiar nuestra conciencia y penetrar nuestra carne, también puede limpiar nuestro cuerpo de toda enfermedad, ¡Él puede vivificar nuestro cuerpo mortal!