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La verdadera fe

(Domingo 14-06-2020)
Pastor Javier Bertucci

La fe, según la Biblia, tiene obras correspondientes. Hay una clase de fe que es más retórica, más de declaraciones y más de fantasía, que no está anclada en Dios ni en su Palabra, sino en una confesión y en un esfuerzo propio, que aunque tiene cierta connotación de victoria, no es la verdadera fe que vence al mundo, es una clase de actitud positiva, que puede ser que logre algo, pero que no se le puede atribuir a la fe, porque hay una fe verdadera, que nace en el corazón, su fuente está en Dios, y que es inducida por la Palabra, y no en ningún esfuerzo propio o personal, esa clase de fe es la que Jesús nos enseñó cuando estuvo en la tierra.

Cuando Jesús se refirió a la fe, lo hizo haciendo alusión al tamaño de un grano de mostaza, dijo que esa cantidad de fe era capaz de mover un monte, desarraigarlo y plantarlo a otro lugar; Jesús nos mostró que esa clase de fe no tiene límites, pues resucitó de los muertos, caminó sobre el agua, multiplicó panes y peces, y finalmente estableció el Reino de Dios. Ahora bien, es esa clase de fe la que tiene que recuperar la Iglesia, porque hay mucho positivismo, una clase de iniciativas más metafísicas, que fe verdadera.

Hebreos 10:38: “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma.”

El verdadero justo, el que ha sido justificado por medio de la sangre de Cristo tiene características natas que debe manifestar a diario, es la fe para vivir, la cual trae confianza y seguridad de que Dios siempre va a acudir a su ayuda, y de que aunque las cosas hoy se vean mal, mañana saldrán mejor, eso es lo que Dios nos llama a vivir. En esta vida de fe Dios no auspicia retrocesos, y Él mismo dice que si retrocede, no agradará a su alma, además dice la Biblia que “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6), indicando esto que la fe debe ser una de las cosas más cuidadas, preciadas y manifestadas del creyente, más que doctrinas y dogmas, debe haber una fe constante y permanente.

Cuando Dios nos llama a hacer algo no resultará ser un trabajo fácil, porque no es sencillo hacer la voluntad de Dios. En la Biblia muchas de las pruebas más grandes que tuvo el hombre y la mujer de Dios, fue la obediencia contra sus propios intereses y beneficios, uno de ellos fue Abraham, cuando fue llamado por Dios a salir de la seguridad de su familia y de su entorno a una tierra que no conocía ni sabía dónde estaba, pero que Dios le dijo que lo iba a llevar a ese lugar, y por ello dejó su tierra, parientes, y en obediencia se fue en contra de sus intereses, seguridad, y seguramente consejo familiar. Abraham salió en obediencia a Dios a un lugar al que no conocía, esa clase de obediencia es una clase de fe absoluta, y tiene que ver con ese llamado que Dios nos hace a obedecer cosas que tal vez no habíamos hecho, pero que Dios quiere que las hagamos.

Una de las cosas que hacemos en la vida, es juzgar a otros cuando están haciendo algo que nosotros no haríamos. Cuando Jesús inició su ministerio, su propia madre y hermanos mitigaban porque querían que hicieran lo que ellos nunca harían; a Abraham le pasó lo mismo, y a muchos hombres de Dios, lo que es un indicativo en la fe de un hombre y una mujer de Dios que deciden hacer su voluntad y la van a hacer no importando las críticas y piedras, ellos saben que están avanzando hacia lo que Dios quiere, y eso es exactamente caminar en su voluntad.

Cuando Dios exige obediencia y fe, la mayoría de las veces no va a hacer agradable, va a ser una renuncia absoluta a lo que nosotros queremos, para entonces hacer lo que Dios quiere, eso fue lo que le pasó a Abraham y a Jesús. No es agradable hacer cosas que van muchas veces en contra de nuestra reputación, pero luego que entendemos los planes de Dios, los empezamos a disfrutar. El asunto de creerle a Dios y obedecerle es de valientes, que no retroceden, pues saben que sí lo hacen, no agradarán a Dios. La fe no es una confesión o una metodología, la fe según la Biblia, es un espíritu.

2 Corintios 4:13: “Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos.”

La fe de un hombre de Dios es un espíritu, y si captamos ese espíritu de fe haremos las mismas obras que aquellos hombres de fe de la Biblia hicieron. La fe no es una ideología, no es conceptualizada, es un espíritu, y como no es un espíritu, no se aprende por vista, sino que se capta por fe. La fe de otros puede inspirarnos a creer por las mismas metas que ellos, la podemos captar de otros para tener el mismo espíritu de fe, pero finalmente, el ejercicio de la fe es personal, porque es una decisión que nosotros tomamos. Fe tiene aquel que arriesga todo para obedecerle a Dios, esa es la verdadera fe, la cual va a ser confrontada, atacada, muchas veces criticada por los que no la entienden, y que no tienen fe.

Todos los que ejercemos fe lo debemos hacer según la Biblia, conforme a lo que está escrito en ella; lo que hablamos, eso es lo que creemos, el que cree habla de acuerdo a su fe. Nuestra fe no nace en la confesión, sino en nuestro corazón, y después que creemos, nuestra boca habla lo que nuestro corazón cree, y empieza esa retroalimentación constante entre el corazón y la confesión, pero lo que comienza este ciclo no es la confesión, porque si comienza de esta forma solo es positivismo, el cual no tiene más asidero que lo psíquico y mental, pero la fe tiene su asidero en el corazón, y como nace del corazón, nace del espíritu, y como nace en el espíritu tiene una connotación en el Reino de Dios, cuando no es así, no va a funcionar. Los que no creen siempre atacarán a los que creen.

1 Juan 5:4: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.”

La fe no se pospone, es en el presente, no puede ser una opción para el justo, sino una obligación, porque el justo por su fe vivirá, es hoy y ahora, porque Dios vive en un eterno presente, por ello hoy es el día aceptable de salvación; el que cree ya Dios le anuncia que la victoria es un hecho tan contundente, que puede estar en el ítem de fe realizados, esa es la verdadera fe, que funciona por encima de cualquier circunstancia, y se mantiene de pie contra los síntomas de cualquier enfermedad. La única variable en la ecuación de la fe es el tiempo, por ello no podemos atarnos a un tiempo, tenemos que simplemente creer hasta que lo veamos, porque si retrocedemos, no agradará al alma de Señor.

Habacuc 2:4: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; más el justo por su fe vivirá.”

Durante el tiempo de espera debemos creer, permanecer creyendo. Hay gente que logra cosas, y por ello se enorgullecen; si logramos algo con el esfuerzo propio, al final será gloria nuestra, y nuestro espíritu se enorgullecerá, y dice la Biblia que el altivo lo mira Dios de lejos (1 Pedro 5:5), por lo que terminaremos en fracaso. Hay metas que conquistamos con nuestro esfuerzo, en la que no tuvimos fe, pero el que conquista sus metas creyéndole a Dios termina dándole la gloria a Él, por lo que esa victoria será sostenida en el tiempo, tanto así que esa clase de victorias son entregadas a próximas generaciones, la diferencia la hace dónde nace la fe, si nació en el orgullo o en la humildad de un corazón rendido a Dios, ahí está la diferencia de la verdadera fe.

La verdadera fe no manipula a nadie, sino que espera en Dios y ve el milagro, porque Él siempre cumple con sus manos lo que promete con su boca. Una fe verdadera siempre se arriesga a hacer lo que Dios le ordene realizar, porque esa fe nos empuja, anima, hace que sigamos esperando lo que no vemos. La verdadera fe no es exigente de acuerdo a los tiempos, sabe que algo que comienza pequeño crece cuando es fe, porque ese es el comportamiento natural del Reino de Dios, aunque nuestro estado inicial sea pequeño, tu postrer estado será de sobremanera grande (Job 8:7); todo lo que nace en Dios, aunque nazca pequeño va a hacerse grande. El que tiene fe verdadera no menosprecia el pequeño avance de hoy, porque sabe que lo que comenzó pequeño, mañana será grande. La verdadera fe arriesga todo porque sabe que el éxito es la regla, sabe que al final va ser la victoria que se ha esperado.

2 Tesalonicenses 1:3: “Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuando vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás; tanto, que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis.”

La fe crece, es como un músculo que si se ejercita, irá en aumento, si no creemos nunca por nada, la fe estará muerta. Si la fe crece, entonces todos debemos enfocarnos a hacer crecer nuestra fe, y cómo lo hacemos, ejercitándola, creyendo por todas las cosas que necesitamos.

2 Timoteo 1:5: “Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.”

La fe puede ser heredada, puede ir en el material genético, y pasar de nosotros a nuestros hijos.

Santiago 1:6: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.”

El que pide creyendo que recibirá lo que ha pedido, pero luego duda, no recibirá nada, porque es una persona que tiene un ánimo de doble cara, la verdadera fe es constante, no quiere decir que en algún momento podamos tener una baja de fe, pero no es lo mismo a quien permanece en este estado, sino que se restablece y sigue creyendo por su victoria.

Judas 20: “Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo.”

Hay una clase de fe a la cual se refiere Judas como “santísima”, que viene para el que cree en el pentecostalismo, o para los que creen en la manifestación y dones del Espíritu Santo, es una clase de fe que solo es adquirida por la línea antes mencionada, no hay otra forma de acceder a ella, y que puede ser desarrollada por esa persona que tiene el don, no es una fe para todos, sino que viene para momentos especiales.

Finalmente, hay una verdadera fe que es humilde, que nace en el corazón, que no pospone en el hecho de creer, sino que se mantiene firme en el presente, y logra metas en el futuro, es gallarda, atrevida, y se impone ante los síntomas del mundo. Hay una fe verdadera que tiene el poder absoluto de mover todas las cosas a favor nuestro, que vence al mundo, establece su estabilidad en la vida, y puede ser transmitida como un espíritu a los que nos rodean, así como también genéticamente a los nuestros. Hay una fe verdadera que no es imitable ni es falsa, es absolutamente verdadera y tiene el poder de agradar a Dios y hacer grandes hazañas.